En nuestra memoria perdurará aquel ‘annus horribilis’ de 2008. Año en el que se destapó el escándalo de las hipotecas basura de Estados Unidos, más conocido como la crisis de las ‘subprime’ y, para muchos, el origen de esta crisis económica mundial.
Después de tres años, y con la promesa de continuar algún tiempo más, seguimos descendiendo por la escalera de los excesos que sitúan a España en un lugar privilegiado desde donde observar cómo la burbuja económica nos arroja al abismo.
El anticipo de las Elecciones Generales parecía ser la mejor estrategia para alejar a España de los malos hábitos adquiridos durante años y guiarnos por la senda de la recuperación.
Tras ocho años del gobierno de Zapatero llegó el Partido Popular de Mariano Rajoy aplastando a los socialistas con unos resultados de récord. La noche electoral no fue sino el resultado de una debacle que se gestó desde las pasadas elecciones locales y regionales de principio de año.
Caras tristes, lamentos, algún sollozo. La pérdida de votos del Partido Socialista Obrero Español superó el límite de lo conocido en esta joven Democracia. Sin lugar a dudas, la respuesta de los ciudadanos en forma de castigo electoral en un escenario marcado por una crisis económica severa.
Y llegó el lunes postelectoral, pero nada cambió. Nuestra imagen en el exterior continuó siendo la misma, el mercado de deuda mantuvo al país en los mismos niveles del viernes anterior, la prima de riesgo española se mantuvo al alza, y se pudo colocar unos miles de millones de euros en bonos, pero con el tipo tan alto como sucedió en 1997.
De momento es un cambio de color. Pero para ser un poco más justos y acatar el recordatorio de Javier Arenas, es cierto que en tan sólo setenta y dos horas no da tiempo para nada. Poco tardó el presidente de los populares andaluces en levantar el dedo ante la confección de la lista de los ‘ministrables’.
Buena estrategia, sin duda, la de echar un capote al presidente. Aunque para estrategia excelente la del Gobierno catalán. Un ejemplo de las estrategias malintencionadas de algunos partidos políticos lo pudimos descubrir dos días después de ejercer nuestro derecho al voto tras el anuncio de la puesta en marcha de un plan de ajuste que padecerá el de siempre, el ciudadano. Subida del precio de la energía eléctrica, del agua, del transporte, de las matrículas universitarias, aunque también hay bajadas, la de los sueldos de los funcionarios, de momento.
De las ‘subprime’ pasamos a la crisis financiera. El negocio de los bancos no se detiene en prestar el dinero, también negocian y venden productos financieros repletos de carga inútil, por no decir de ‘porquería’ como recuerda Leopoldo Abadía en sus charlas televisivas. Los bancos ya no se fiaban los unos de los otros y el dinero interbancario dejó de circular. Como los gobiernos debían mucho dinero a las entidades financieras tuvieron que inyectarles unas cantidades ingentes de capital, y ahora, como esos gobiernos se endeudaron mucho más, los que tienen el dinero están negociando al alza cuál es el tipo de interés al que financiarán la deuda.
Ocurre algo parecido si en casa sacas una segunda tarjeta de crédito para pagar las deudas generadas por los intereses de la primera tarjeta de crédito que usaste para irte de vacaciones. Un día te levantas y descubres que ya no trabajas con dinero sino que tus esfuerzos se centran en manejar deuda.
Mucha gente se pregunta por qué España padece una tasa de desempleo que duplica la media europea o qué es lo que hace que nuestra economía no mantenga el ritmo de las primeras economías del continente cuando hasta hace pocos meses nos sorprendíamos de que no nos invitaran a las reuniones del G-20 como miembros de pleno derecho.
Está claro, vivíamos en una burbuja sustentada por la economía del ladrillo y los productos financieros. Todo ello, bajo la protección y la mala gestión de la clase política. Un peón ganaba muchos más dinero que un estudiante universitario, obviamente porque no trabajaba, que cualquier trabajador cualificado; un concejal de festejos de cualquier municipio menor de 10.000 habitantes ganaba más dinero que ese peón; alquilar una casa era más caro que comprarla, seguramente no era un plan preconcebido por los bancos y cajas; pedir un préstamo hipotecario con una tasación del 80% y te daban el 100% para que pudieras comprarte un coche nuevo.
No es más que un ejemplo de cómo hipotecar el futuro de nuestros jóvenes demostrándoles que el camino del esfuerzo no tiene compensación. Al igual que resuenan en nuestra mente aquellas líneas del clásico de Zorrilla: “¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?”. ¿Por quién te dejarías seducir, por el peón, el banquero o el político?